El camino a Marte pasa por Huelva
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“Es el Urium de los romanos, el Aceche de los baladíes, el tremendo río de las lágrimas, de cuyas linfas no se logra ningún género de pescados ni otros seres vivos, ni la gente la bebe ni alimañas, ni se sirven de ella los pueblos para cosa ninguna…”. Así describía río Tinto el clérigo Diego Delgado al rey Felipe II en 1556. Y es que estas tierras onubenses donde se asientan algunas de las explotaciones mineras más antiguas que hayan podido documentarse (el ser humano lleva extrayendo mineral de este lugar desde la Edad de Bronce), es un paraje peculiar, extraño, fascinante… casi como extraterrestre.
Hubo un tiempo en el que las minas de Riotinto llegaron a dar trabajo a 17.000 operarios. 150 locomotoras funcionaban para transportar la plata, el oro y el cobre al puerto de Huelva. Fueron los años de la ‘Rio Tinto Company Limited’, empresa constituida para explotar unas minas prácticamente abandonadas y adquiridas al gobierno español de entonces por algo más de 92 millones de pesetas en los albores del siglo XX. Como en todas las grandes historias -y esta lo es- en río Tinto hay asombro, drama y un cierto componente mundano. Porque pasados los años tartesos, romanos y musulmanes, pasado el largo olvido, llegaron los ingleses y todo cambió. Aquellos años de exuberancia británica en la región trajeron cierta prosperidad económica, una convivencia nada fácil entre los trabajadores y los dueños de las minas e incluso el inicio de un protoecologismo nacido como defensa frente a la voracidad de la revolución industrial, devoradora de gentes y paisajes. También dejó en herencia, claro, el fútbol. Deporte que hoy consideramos algo tan nuestro porque es ya un fenómeno universal. Porque fueron los ingleses que llegaron a Huelva en estos años los que fundaron el primer club de fútbol en España, El Recreativo de Huelva.
Toda gran historia tiene también otra característica: que se proyecta al futuro. Que no se acaba, sino que se ramifica y crece. Río Tinto está ahora en ese plano. Porque en realidad el clérigo Diego Delgado estaba equivocado: cierto que no hay en el río formas de vida como las que estamos acostumbrados a ver habitualmente. No vemos peces ni renacuajos en sus aguas. Pero el río tinto está muy vivo porque en él hay infinidad de microorganismos, algunas algas y hongos que son precisamente los responsables de su característico color rojo, debido a que su metabolismo provoca la oxidación de la pirita. Ricardo Amils, catedrático de microbiología, que ha dedicado tres décadas al estudio del río, considera que nos encontramos ante ”el mejor análogo geoquímico y mineralógico de Marte” y cree que “si hubiera vida en Marte sería algo parecido a lo que vemos aquí” puesto que el lugar comparte muchos de los minerales con los que se han documentado en el planeta Rojo. No solo Amils cree que esto es así. La NASA y la ESA, que están admiradas por los estudios llevados a cabo por el científico español, también coincide con él. Así que el río Tinto ha pasado de ser una gigantesca mina de la que extraer minerales a convertirse en un inmenso laboratorio de microbiología que puede tener la llave para entender qué nos podemos encontrar en Marte.
El caudal rojizo y sus alrededores se han convertido en sitio de peregrinación de los científicos del CAB, el Centro de Astrobiología de Torrejón de Ardoz, que depende del CSIC y el INTA y está asociado a la NASA. Para el bioquímico e ingeniero Felipe Gómez, "el Tinto es una gran maqueta de Marte”. El doctor en Biología Víctor Parro ensaya allí con el nuevo instrumento SOLID, que permitiría detectar restos de vida en Marte en futuras misiones de perforación. Amils está convencido de que la posibilidad de que haya vida ahí fuera no sólo es una cuestión científica o tecnológica: “Las próximas misiones solo arañarán la superficie, si queremos encontrar vida hay que perforar”. Cuando lo hagamos se unirá entonces un antiguo y gran misterio, el de los desaparecidos Tartesos con otro que ahora comienza. Lo dicho: una gran historia.
Entrevista y edición: Noelia Núñez | David Giraldo
Texto: José L. Álvarez Cedena
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