¿Fabricaremos con materiales inteligentes que se repararán solos? Javier Gómez responde
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Que el futuro del planeta dependa de un material tal humilde que, hasta hace poco, solía enmoquetar sin mucho gusto los suelos de la mitad de bares de nuestro país suena bastante extraño. Pero la ciencia tiene estas cosas, que lo que a veces parece la idea de un loco (incluso un chiste), se convierte en una luminosa realidad cuando un visionario es capaz de demostrar que sus teorías son ciertas. La licencia de los suelos de las tabernas hace referencia a algo tan nuestro como esas cabezas y caparazones de gambas acumuladas -casi como un símbolo de la calidad del producto servido- junto a la barra de los bares. Todos esos deshechos de procedencia marina, arrojados directamente a la basura, pueden conseguir ahora que los plásticos dejen de contaminar nuestros mares (un cálculo realizado en 2014 arrojaba la escalofriante cifra de 270.000 toneladas de plástico flotando en el mar). Lo que sería, hay que reconocerlo, un acto de irónica justicia poética.
El visionario que quiere poner fecha de caducidad al material que, según sus propias palabras, ha marcado el siglo XX es un español. Se llama Javier Gómez y a sus 35 años es uno de los mayores expertos mundiales en biomateriales. Doctor en Nanobiotecnología por la universidad de Barcelona, Gomez desarrolló en 2012 durante su etapa como investigador en la universidad de Harvard, el shrilk, una mezcla a base de quitosano (material presente en caparazones de crustáceos e insectos) y fibroína (proteína que posee la seda). Este nuevo material posee una dureza que duplica a la del plástico y es totalmente biodegradable.
El quitosano es la segunda materia orgánica más abundante en la Tierra, así que su obtención resulta sencilla. Las aplicaciones que derivan de su procesamiento y utilización son innumerables (algunas de ellas tan curiosas como un cemento capaz de autoregenerarse y cerrar las grietas de las construcciones). Javier Gómez está convencido de que el shrilk formará en un futuro parte de nuestras vidas porque sus propiedades pueden aplicarse en campos como la medicina, la bioingeniería o la microelectrónica. Verá así cumplido su principal propósito como científico: conseguir que nuestro planeta pueda ser un lugar amable en el que habitar durante muchos años.
Texto: J. L. Álvarez Cedena
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